jueves, 25 de octubre de 2007

Señor Martínez

Quien ha estado alguna vez en la presentación de un libro sabe que es un fenómeno misterioso. Porque es imposible no hacerse ciertas preguntas elementales que provocan desconfianza hacia uno mismo por parecer resultado de una falta de adecuación a la normalidad. Sí, esto no tiene sentido. Sobre todo: cuando uno ha asistido a varios eventos de este tipo (y a mayor cantidad, mayor certeza), está más convencido de que las preguntas son razonables, y aun urgentes. Pero el Señor Martínez, ese día, sin más, cayó en la cuenta: no sé por qué estoy aquí, se dijo, y vio que aquello siempre le pasaba. Se encontraba en aquellas veladas, como si despertara de un sueño o de alguna otra cosa, y muy pasmado se concentraba para explicar el hecho. A ver, a ver, tiene que haber un sentido en esto: estaba yo en la oficina, pensando en Talina... Y así. Y al ver que esto ocurría (y hoy tenía la certeza de que era siempre igual) dijo, con tono muy profundo, pensando en las últimas veces que conversó con Hugo: como siempre, tenías razón, porque ahora yo no creo estar en condiciones de afirmar que estoy aquí voluntariamente, y según he visto, no parece muy probable que los individuos aquí presentes tengan una mayor injerencia en su propia decisión de venir. Y como el Señor Martínez y Hugo habían hablado sobre la conveniencia de promover la destrucción de la industria editorial en vista de ciertos hechos que conocemos todos, ahora el eco de la voz de éste le hacía sonreír con satisfacción. Sí, dijo, lo bueno es que todos los libros dignos de escupirse para después quemarlos no tienen ese aspecto tan desagradable en un mundo donde las presentaciones de libros son un acto involuntario; estamos aquí reunidos para celebrar que una persona lucha por una causa que se juzgará dentro de cien años, y damos gracias al dios de los libros por darnos otro libro, que en espíritu es el mismo que se presenta en este momento, y en otros momentos, en Guanajuato, en Toronto, en Tlalnepantla, en Londres. Y sólo somos testigos, y sólo nos queda agradecer, asombrarnos, y seguir participando misteriosamente en el misterio.

lunes, 8 de octubre de 2007

Groserías

Hay maneras tan sofisticadas de la grosería que nos hacen pensar que en realidad se trata de refinamiento excesivo lo que a todas luces consiste en pura pereza espiritual. Si a un conductor le parece buena idea (y oh, Dios, no quisiera creerlo, demostración de astucia!) pasar el cinturón de seguridad por encima de su torso, y ya puesto ahí, en posición correcta, no abrocharlo, será mejor no dejarse llevar por el ingenio aparente del acto. El examen de este asunto sólo arroja una hipótesis plausible: lo ha hecho para engañar al agente de tránsito. Y si lo hace en serio, quisiera decir que me conmueve, pero en realidad sólo me molesta. Y si se trata de una broma la encuentro tan carente de humor y de intención que me veo obligado a observar que la visión burocrática del mundo no es ajena al interior de los coches.