viernes, 29 de junio de 2007

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Había una ventana grande. Una pared de vidrio, se diría. Y un jardín. Y en el jardín los patos, que caminaban con tranquilidad, y cuyos movimientos no escuchábamos. Una pista que atravesaba el jardín, en reposo de claro donde nadie ha pisado y que sólo por la persistencia de un conocimiento ajeno al caso identificamos con un camino. Y árboles. Y construcciones sin importancia más allá. Y la seguridad de que las cosas permanecen. A veces llovía, pero el agua es suave y sólo comenta. Todos los meteoros eran conocidos. Alguna vez, muy lejos, un ciclista. Pero casi no estaba, y una vez ido, era motivo de contemplación.

2 comentarios:

Unknown dijo...

Sobre la memoria de una contemplación

sr. magnánimo dijo...

En el curso de editores, Miguel Ángel se la pasó cotorreando de los castigos que merecía un corrector que cometía alguno de los cien pecados capitales en tipografía. El panorama que planteas podría funcionar bastante bien como paraíso. O de perdido de antesala al paraíso.

Las cuatro paredes dentro de las cuales acostumbramos jalar me parecen cercanas al Limbo. ¿Pero qué digo? El papa ya sentenció que el limbo no existe. Lástima, me parece de muy poco sentido común haberlo abolido. ¿Ahora qué será de tanta alma en pena?