jueves, 30 de agosto de 2007

El que se llama JLB

JLB está viejo. Lo sé porque lo he visto. Ha consagrado su vida a provocar furor en las mujeres imaginables de Monterrey y alrededores con su sentido del ritmo tropical, pero no ha perdido la ocasión de recordar a quien quiera oírlo las inobjetables virtudes morales y poéticas, ambas notables (y las primeras, sobre notables nunca vistas) de un hombre como Oscar Wilde.

Que esté viejo es lamentable porque (como señaló acertadamente la Flecha, no sin la maldad con que suele decir las cosas) de la gloria de los bailes masivos ha pasado una década después a protagonizar la variedad de los lupanares que dan, además de transacciones vigorosas, el sello de identidad a nuestra ciudad querida. Pero que esté viejo es conmovedor y es hermoso porque lo ha llevado a decir que, aunque solía creer (siguiendo la opinión de su compadre Fernández) que la belleza era privilegio de pocos, ahora se contenta con admitir, no con humildad sino con paz, que es posible encontrarla tanto en las pláticas callejeras como en las páginas del escritor mediocre. Acto seguido comentó con sonrisa de viejito que, no pudiendo ser otra cosa, su lectura del I Ching es un acto de fe. Lo mismo podría decirse de la decisión que nos llevó a mí y a la Flecha a tomar unas cervezas y cigarros y citas necesarias en el centro social donde esa noche lo vimos cantar con convicción sorprendente.

2 comentarios:

El Jaibo dijo...

Es interesante que justo el día de hoy estaba recordando una canción de JLB. Nada como el ritmo de trompetas, anunciando furor, vida, al tono de la parabólica. Nada como el recuerdo de la juventud de mi madre, cuando hace más de 17 años, le rogué y pedí, con la efusividad con que pocas veces solía hacerlo durante mi infancia, que me permitiera llevarme a casa esa pieza musical, en ese casét que estaba a la venta la mañana de ese día, en la tienda de la ropa blanca y del olor a tela corriente, que tanto frecuentábamos. Esa tienda de judíos que ilumina el cruce de las avenidas Juárez y Juan Ignacio Ramón. Que tan bien se guardan los recuerdos, que solo vuelven de vez en cuando, a llenar nuestra vida de vida. Ese es el legado de los viejos.

sr. magnánimo dijo...

¿Sabes que resulta muy curioso y graciosísimo imaginarse a JLB cantando (con su vejez e ínfulas de yo lo se todo a cuestas)las virtudes de Óscar Wilde? Digno de una o dos entradas más.