jueves, 13 de marzo de 2008
R.
R. sentía un dolor que no podía llamar profundo. Era amplio. Pero lo supo sólo después, mucho después, cuando por alguna razón las causas de su dolor incurrieron en un grado de cinismo tal que las hizo evidentes. No sé si R. supo entonces cuáles fueran esas causas. Lo cierto es que por primera vez notó, y esto era lo importante, que el dolor que sentía no era producido por el objeto en que solía pensar con mortificación. Esta mortificación resultó ser entonces una actitud distinta al dolor mismo, y a su reacción al dolor. El descubrimiento de que eso que llamaba dolor provenía necesariamente de otra parte lo dejó confundido, y por un momento no sintió nada, como si hubiera tenido que levantar los dos pies al mismo tiempo para verificar que ninguna de sus plantas había enlodado el piso del salón. R. pensó que las dos opciones que tenía eran: una, volver a buscar la causa de ese malestar que no localizaba en parte alguna de su cuerpo (aunque lo sentía con el cuerpo), y la otra, tener el valor de reconocer que la experiencia de ese dolor era sólo una entre las maneras de entender las cosas, lo cual lo obligaría a aprender a realizar ahora cada acción de una nueva manera, consecuente con la situación recién descubierta, en la que al levantar las plantas de los pies había realidad, y no había razón para que fuera de otro modo.
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Un explorador del espacio llega a un planeta nuevo, donde la vida humana dudosamente es posible, pero que posee inmensas riquezas minerales que permitirían el florecimiento de la industria. Llega con la misión de determinar si el ser humano puede o no vivir en el planeta al descubierto, mediante la transformación de la "envoltura" humana en otra que permita salir al aire libre y respirar.
El hombre pone manos a la obra. Crea una maquinaria que permite la transformación del cuerpo humano en el cuerpo de un animal nativo del planeta. El reto consiste ahora en probar si el ser humano es capaz de mantener la cordura y su humanidad en un cuerpo tan distinto del que es suyo por naturaleza.
Elige a tres de sus mejores hombres y los somete al proceso de transformación, para luego dejarlos libres en el planeta. Sabe que no mueren, pero jamás regresan. Envía a otros tres, que corren la misma suerte. "Se han vuelto locos", piensa. Cuando está a punto de enviar a otros tres a la infausta aventura, su equipo se amotina y le exige que vaya él mismo. Decide enviar a su viejo perro de compañía, que está enfermo y al borde de la muerte. "Nadie perderá, excepto yo, porque mi viejo amigo morirá pronto de cualquier forma". Y lo transforma y lo envía, y jamás regresa.
Entonces decide ir él mismo y averiguar lo que sucede. Se transofrma y sale al exterior. Y se da cuenta de que estar en este nuevo cuerpo salvaje y poderoso es lo más maravilloso que jamás pudo pasarle. Encuentra a su amigo, el perro transformado en animal extraño, y se siente feliz y furioso al mismo tiempo. "¿Por qué no regresaste nunca? ¿No sabes que he estado preocupado y temeroso por ti? ¿Y qué hay de los demás?" "Están aquí" responde el perro. "Ninguno de nosotros quiere regresar. ¿Para qué? El cuerpo humano duele, igual que mi antiguo cuerpo de perro. En todo momento, en todo instante. Respirar es doloroso. Moverse es doloroso. Vivir es un tormento. ¿Cómo puedes culparme por no querer volver, cuando en este momento, con mi cuerpo monstruoso, me siento como un dios?"
El hombre se quedó callado. Miró en la dirección en que había dejado su base de operaciones, y empezó a caminar junto a su amigo en la dirección opuesta.
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